Diego Silva Piedra

Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere…
La vida no es eso. ¿Por qué no le pregunta, mejor, a la persona directamente? Cabe la posibilidad de que no le diga la verdad, claro está, pero usted va a darse cuenta en ese momento. Lo que no desea es admitir, llegado el caso, que le están mintiendo cuando pide testimonio de amor.
Me quiere, no me quiere, me quiere…
Y la flor va a tener los pétalos que le apetezcan: será usted mismo quien pueda incurrir en espurios en ese caso. Tendrá que elegir, entonces, cuál carga le resulta más liviana, qué cruz le calza mejor en la horma del hombro, o simplemente rechazar las opciones y pensar en otra cosa.
Me quiere… Ahí está la flor en su mano. No me quiere… Muriendo por su amor. Me quiere… ¿Quién sigue arrancando pétalos para esto? No me quiere… Quizás nunca nadie lo hizo y sea todo un efecto mandela generado por la tele, el cine, o el vox populi.
De otra manera ahí está usted, a mitad de su vida, solo y triste como un tango, con una flor de cualquier raza, necesariamente destruyéndola para calmar sus dudas. Otra persona subiría una historia, agregaría una encuesta, esperaría los mensajes. Tal vez esta manera de verlo todo es solamente mi culpa y sea usted uno de esos hombres sensibles o es que me he vuelto— yo —un puro cínico. Pero la flor no es distinta al sol, que sin excepción sale a matar y dar vida indiferentemente.
Me quiere, no me quiere… De cualquier manera, aplaudo la duda. Ante su ausencia se puede, a costa de unos pocos pasos, caer en la locura. La locura, por ejemplo, del enamorado que quiere volver. Quiere volver al hombre o la mujer que lo tuvo un tiempo —un buen tiempo— contando pétalos y lo abandonó. El enamorado llora, ya no deshoja vegetales. Llora y quiere encontrarlo o encontrarla de nuevo, pero quiere a como dé lugar que el encuentro sea en la misma persona. ¿No será que la búsqueda mejor es otra? Encontrar a quien nos abandonó en alguien más. Quien uno quiere ya no existe en la misma persona, existía antes del abandono, esa fue la crucifixión en este nuevo calendario. Entonces, la única posibilidad es que se halle en alguien más, en otra persona, en otro lugar, en otro tiempo. Porque uno también es otro, uno ahora se encuentra abandonado, o falto de alguna cosa, digamos: con un hueco. No hay otra posibilidad de encontrar lo que ha perdido que en otros rincones que no corresponden a donde extravió lo que extravió . Pero usted no se encuentra abandonado, entonces cuenta.
No me quiere… ¿Y? Cualquier pelafustán es amado. Basta con construir con arquitectura churrigueresca una personalidad corriente sobre casi cualquier cimiento popular. Sobre ese tinglado debe nada más que hablar de cualquier cosa con aparente pasión y seguridad. El resto vendrá solo. No hace falta dar demasiado, ni ser un experto en provocar orgasmos. Es más, a veces podría, esto, ser contraproducente. Salga a la calle y busque una nueva pareja, pero hágalo de forma aleatoria: no hace falta ser un tahúr para que de la relación naciente aparezca un amor por usted. La compañía sexual y romántica, con más o menos tiempo, se degrada en amor, y viceversa. Usted no tiene más que ser un diletante del romance.
Me quiere…Pero, ¿y quién puede saber? Usted, ni con todas las flores del mundo y esas señales externas de las que quiere depender. No se quede atascado en la duda, en la obsesión, en la espera. Salga a vivir. Reconfigúrese. Así como destruye por temor a que esté comenzando la ausencia de un amor, como una ola regresando para siempre al mar, así como destruye: cree. Vomite un poema. Pegue pétalos a flores muertas y cuente de nuevo. Y si la flor cae en el resultado doloroso, no se desespere. La vida es demasiado rica para reducirla a un simple binarismo. Encuéntrese consigo mismo un par de veces, pero trate de hacerlo como Borges, no con inciensos y parafernalias. Quizás pueda concluir, al fin, que lo más cercano a alcanzar la verdad en la cuestión de si es usted amado o no sería caminar por un campo infinito, tomando flores de a puñados.

Excelente.
Me gustaMe gusta