Santiago Díaz Negrín

Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre fue un escritor francés del siglo XVIII y que, en los años previos a la revolución francesa, se popularizó con su novela Paul et Virginie. Ambientada en la hoy República de Mauricio – colonia francesa hasta 1810 -, narra la historia de una pareja de enamorados, cuya madre separa, enviando a Virginia a estudiar a Francia. En su retorno a la exótica isla, y ante la mirada de Pablo, el barco sucumbe a la tormenta y Virginia muere.
Establezcamos que la liberación del imperialismo colonial dejó un vacío político y social que era preciso llenar de alguna forma, y que, sin embargo, parece perdurar más allá de las ficciones independentistas de los países latinoamericanos. La dicotomía siempre presente de civilización y barbarie planteado por Sarmiento, ponía sobre la mesa la yuxtaposición del modelo ilustrado y europeo, por sobre el indígena, magnificaba el logro de la metrópolis contra lo siniestro del desierto, de la pampa, de la selva. Esta bipolarización se complejiza con el avance de un sistema económico donde las fuerzas productivas se encuentran en manos del extranjero, donde el autóctono ha sido erradicado o utilizado u olvidado y donde la sociedad se fragmenta. La consecuencia directa de esta situación histórica, de acuerdo con Polar Cornejo, una literatura heterogénea y son aquellas que “proyectan hacia un referente cuya identidad socio-cultural difiere ostensiblemente del sistema que produce la obra literaria; en otras palabras, interesa examinar los hechos que se generan cuando la producción, el texto y su consumo corresponden a un universo y el referente a otro distinto y hasta opuesto” (Polar, 1978: 13).Un reflejo de lo anterior es el El Sur, el cual presenta una casi inadvertida intertextualidad con la novela del francés, la pregunta que subyace es porqué. ¿Por qué Borges hace dialogar su relato con esta novela colonial? ¿Por qué el retorno a esas tierras exóticas depara la muerte de Virginia? Entiendo que estas preguntas se esconden entre las líneas de los relatos de estos autores y que los acerca, más allá de la distancia temporal. Son relatos signados por un fuerte componente postcolonial; la construcción de los personajes subalternos que matizan los relatos son consecuencia y producto, creación y escape, de un modelo colonial que se enraizó profundamente en la realidad y el imaginario de nuestra América, tanto como la percepción de los términos popular y autóctono.
Acordemos, a los solos efectos expositivos, que la frontera entre ambos términos parece, por lo pronto, difusa. Si nos apoyamos en la sólida y siempre cambiante construcción del lenguaje, la Real Academia nos dirá que popular está relacionado con el pueblo y también con la parte menos favorecida de este, por otro lado, autóctono se encuentra asociado a la idea de pertenencia a un pueblo, vinculando el lugar de nacimiento con el de morada. Mientras este último parece hacer mención de un atributo individual y relacionado con el origen, el primero parece colectivo y consecuencia manifiesta de una situación social y política. Sin embargo, Gramsci al hablarnos sobre qué hace de una literatura una literatura popular, asocia la identificación del lector con la forma de sentir y pensar de los personajes, con las formas que percibe el mundo y su vida. Esta última apreciación vuelve más difusa aún los límites y puntos de encuentro entre autóctonos y populares.
Sin ánimos de perder la referencia de las definiciones catedráticamente pensadas de la Real Academia, tomo partido por esta apreciación de Gramsci quien, en mayor medida, asocia este límite de lo popular a eventos vinculados a la forma en que son percibidos los personajes, sus experiencias, sus tragedias y es por esto, que las fronteras se vuelve más inquietas, más huidizas.
Entiendo que podemos acordar que los tres relatos presentan tres grandes grupos sociales que sostienen la estructura y tensión de sus respectivas narraciones. En Las ideas fuera de lugar, Roberto Schwarz expone:
Esquematizando, puede decirse que la colonización produjo, sobre la base del monopolio de la tierra, tres clases de población: el latifundista, el esclavo y el “hombre libre”, en realidad dependiente. (Schwarz, 2014: 186)
El latifundista es el esclavista de Machado de Assis y el gerente inglés del relato de Quiroga. Son estos los personajes que podemos fácilmente situar fuera de la esfera de lo popular, sin embargo, lo autóctono presenta algunas dificultades. Pensemos en el caso de Dahlmann, quien podría no pertenecer a lo popular, pero si podría tener un fuerte arraigo en lo autóctono. El esclavo, presenta mayores dificultades a la hora de trazar fronteras. La esclava Arminda, si nos ceñimos a la definición de autóctono expuesta por la RAE, parece quedar fuera de la concepción topográfica relacionada con el origen. Sin embargo, me arriesgo a intuir que cuando comparamos los relatos y sus personajes, en el imaginario del lector, Arminda se nos presenta como un distante espejismo de lo que es Candiyú, Arminda podría ser ese gaucho desgastado y olvidado en un tugurio atemporal, Arminda es la paria de este continente. Percibimos una veta de autóctono en sus circunstancias, seguramente asociado a un concepto de debilidad o vulnerabilidad que nos ayuda o condena a trazar estas analogías. Finalmente, es en la última clase social, la del hombre libre mencionado por Schwarz donde podemos reconocer a Cándido Neves, a su esposa Clara, también a Fernández, o a esos peones asalariados, esos Mensú, a los cuales Quiroga recurre frecuentemente.
Retomemos lo planteado por Gramsci y su acercamiento a lo popular. Como mencionamos anteriormente hay una frontera delimitada por la percepción y reconocimiento que tenemos sobre esos personajes. Me arriesgo a decir que hay dos grandes condicionantes que comienzan a delimitar en el imaginario del lector la categorización de popular y sospecho también que la de autóctono. Por un lado, su situación de vida, y con esto creo poder acotar el amplio sustantivo a su situación económica y su inserción en los medios de producción socialmente aceptados. Por otro lado, el aspecto social, la expresión manifiesta de como ejerce sus decisiones, como vive sus libertades y se subordina a la autoridad.
Es en la esfera de lo social donde existen mayores puntos de encuentro entre lo popular y lo autóctono de estos relatos, donde el más revelador podría ser, el individualismo. Encuentro significativa la frase de Borges donde expresa sobre los argentinos: “Su héroe popular es el hombre solo que pelea con la partida, ya en acto (Fierro, Moreira, Hormiga Negra), ya en potencia o en el pasado (Segundo Sombra) (Borges, 1989: 37). Sin ser muy creativos, cambiando algunos nombres de esos paréntesis, la premisa se sostiene hasta la actualidad. Tomemos como ejemplo a Cándido Neves, personaje escurridizo que no logra engranar en el mundo del trabajo formalizado, capitalista y servil; sospecha que se le roba libertad, y es por esto que se arroja a la inestable actividad de cazador de esclavos. Leemos al narrador:
“Sin embargo, la obligación de atender y servir a todos hería su orgullo, y al cabo de cinco o seis semanas estaba en la calle por propia decisión” (Machado de Assis, 2013: 115.)
Tomo estas últimas palabras del narrador en resaltar lo importante del acto de decidir como una manifestación de libertad. Decidir obviar las horas de oficina, escapar de esas “largas horas sentado”, por decisión propia, es un acto de rebeldía y también que inserta el caos en la economía adoctrinante. Caso similar presenta el Candiyú de Quiroga, indígena colonizado y alienado, autóctono por derecho, que opta por la informalidad de pescar vigas, en vez del trabajo estable del obraje. Esta visión de libertad también se vislumbra en ese gaucho dejado y olvidado por el tiempo al cual Borges recurre, recreando un pasado del cual solo tenemos ecos en el presente. Este personaje de tierra adentro, es el resultado de una historia que lo deja de lado, de esa civilización que supo utilizarlo y relegarlo, mistificarlo y también estigmatizarlo. Si ser gaucho es un destino como menciona el autor argentino, este opta una forma de vida, la elije, la vive, al igual que lo hace Candiyú. Esta libertad trae pobreza, pero esta pobreza enriquece la experiencia de vivir y les da algo que Borges llama: coraje. Este es el destino de los que podríamos imaginar autóctonos. Sin embargo, Cándido Neves y los Mensú, si bien no son personajes ausentes de coraje, (del primero sabemos lo opuesto, de los segundos podemos intuirlo) forman parte de un sistema que prologan la explotación de un sistema colonial y lo mantienen, inclusive sobre clases sociales con las cuales comparte tragedias. Entramos en la esfera de la situación de vida, en la participación en la economía hegemónica, en la relación con aquellos latifundistas que menciona Schwarz. Pensemos en Padre contra madre, Cándido se encuentra al vértice de ofrecer pasivamente a su primogénito porque no puede alimentarlo, su relación con el poder es de subordinación. Sin embargo, al encontrarse con Arminda (cuyo accionar es activo y escapa de la situación de opresión por su hijo), Cándido retoma su “coraje” y arrastra a la esclava como un animal hasta su dueño. El relato bien podría haber, pobres contra pobres. No pretendo minimizar las diferencias entre Cándido y Arminda, las cuales son no solo manifiestas, sino también inconmensurables, pero Cándido es tan libre como el modelo económico se lo permita. Su esclavitud no es tanto física, como asalariada. Schwarz expone: “Ni propietarios ni proletarios, su acceso a la vida social y a sus bienes depende materialmente del favor, directo o indirecto, de un grande”. (Schwarz, 2014: 186)
Parecen relativamente claros los puntos de encuentro y desencuentro entre aquellos que sospechamos autóctonos y populares, sin embargo, hay un evento que logra agrietar esta idealización: la presencia de una máquina que ni siquiera es percibida como algo hermoso, sino como un “perro gramófono”. Y es aquí, en esta frontera que se traza entre la tradición y la tentación de la modernidad donde nuestros héroes sucumben. Candiyú arriesga su vida por un “perro gramófono”, el ciudadano inglés (figura por antonomasia del mayor imperio colonial) gana “bellas vigas”. Emir Rodriguez Monegal expone: “también hay un sentido alegórico en la situación colonial que el cuento define como transparencia al presentar a ese inglés que ofrece el milagro del gramófono al indígena maravillado y que de ese modo obtiene la viga que necesita para su casa”. (Rodríguez Monegal, 1967: 88) Si bien, materialmente nuestro personaje autóctono no depende del favor del grande, este lo tienta con lo que ordinariamente llamamos espejitos de colores, y la tentación siempre es grande. Los grupos de poder hegemónicos acechan permanentemente sobre aquel que se presenta libre, ya sea incorporándolo al sistema o aprovechándose de él.
Hemos utilizado el término frontera para buscar delimitar entre lo popular y lo autóctono, creo que El Sur es, de estos cuentos, el que tensiona de mayor forma esta necesidad de estratificar. La figura del gaucho es sin dudas, y expresado por el propio autor argentino, un personaje de corte profundamente popular en el imaginario argentino, de la mano de la literatura gauchesca. Sin embargo, creo vislumbrar también, ya no en su representación literaria, sino en su origen y experiencia de vida, un ser arraigado y representativo de esta tierra. Cornejo Polar al hablar de indigenismo destaca “la fractura entre el universo indígena y su representación indigenista” (Polar Cornejo: 1978: 17) (esto claramente puede ser uso de la voz que el narrador de Quiroga le proporciona a Candiyú). Esta fragmentación, vuelve a situarnos en el marco de una literatura heterogénea, pero también fronteriza, donde el imaginario y lo real tienden a reforzarse mutuamente y los límites entre popular y autóctono se mantienen difusos.
De mayor interés es la figura de Dahlmann, bibliotecario de ascendencia aria y criolla, cuyo sentir es “profundamente argentino” lo arrastra al sur. El personaje comienza en una situación fuera de cualquiera de las categorías que nos atañen, es un intelectual citadino que lee las 1001 noches mientras anhela su pasado épico. Es aquí, ante su accidente e internación (¿y onírica curación?) donde el personaje se arroja a un destino que le devuelva su pasado criollo, en busca de una identidad que lo subyugue, el regreso al origen. Beatriz Sarlo dialoga con esta idea al decirnos:
“Ese regreso es la búsqueda del origen y en ese origen está Francisco Flores, su abuelo materno, balanceado en la frontera de Buenos Aires por los indios de Catriel. Puede plantearse que está allí el problema de la búsqueda de una difícil identidad, la de Dahlmann, que es además la de la Argentina”. (Sarlo 1993, Apud Brando, 2004: 28)
Esa búsqueda comienza con el cruce de la calle Rivadavia y se prolonga fuera de la frontera de la ciudad, que también es afuera de la frontera de los libros, y se encuentra en lo rural, en la experiencia de vivir. Significativa parece la frase que nos deja el narrador durante el viaje en tren:
“La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir” (Borges, 2012: 215)
Nuestro personaje cambia de ropa, se deleita con esta metamorfosis, se aleja de la ciudad y la razón, para acercarse al misterio y por qué no, a lo mágico. Este cambio espacial y espiritual aleja a Dahlmann de ser percibido como un señorito de ciudad y comienza a construir un personaje popular. La vida deja de existir en los libros para materializarse en la acción de vivir, el viaje de retorno comienza, pero la tierra no olvida. Conocido es el desenlace, el gaucho, (personaje híbrido) impone el puñal a Dahlmann (personaje híbrido) para que concluya el ritual de transformación, para que sea profundamente argentino.
Permanece sin responder porqué considero que Borges menciona la obra Pablo y Virginia durante su llegada al sur. Mi respuesta no es concluyente, sino intuida: volver al origen, a estas tierras colonizadas y subyugadas, pero maravillosamente siniestras, conlleva el riesgo de la transformación, el de la pérdida, inclusive la tragedia, pero también puede esconder lo épico y lo memorable, ya sea en la punta del puñal o en el sucumbir a la tormenta. Solo un factor es necesario, y es aquí donde lo autóctono cobra forma, solo se necesita coraje.
BIBLIOGRAFIA
Rodríguez Monegal, E. (1967). Genio y figura de Horacio Quiroga. Buenos aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires.
Quiroga, H. (2010). Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte. España, Plutón Ediciones.
Machado de Assis, J. (2013). Confesiones de una viuda joven y otros cuentos. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental.
Borges, J.L. (2012). Ficciones. Buenos Aires, Debolsillo.
Borges, J.L. (1989). Obras completas. Tomo II. San Pablo, Emecé Editores.
Borges, J.L. (1998). Prólogos con un prólogo de prólogos. Buenos Aires, Alianza Editorial.
Cornejo Polar, A. (1978). “El indigenismo y las literaturas heterogéneas: su doble estatuto socio-cultural”, en Revista de crítica literaria Latinoamericana. Perú.
Ramiro Podetti, J. (2009-2009). “Civilización, barbarie y frontera en Jorge Luis Borges” en Humanidades Año VII – IX – Nº1. Montevideo.
Gramsci, A. (1934-1935). Cuaderno 21. Problemas de la cultura italiana.
Schwarz, R. (2014). “Las ideas fuera de lugar” en Meridional revista chilena de estudios latinoamericanos. Número 3. Chile.
Brando, O. (2004). Fantasmas Latinoamericanos «Dudas razonable en «El Sur» de Borges. Montevideo, Editorial Técnica S.R.L.
Rocca, P. (2012). Un experimento llamado Brasil y otros estudios. Montevideo, Banda Oriental
