Lucía Silveira

ENTREGA

Quise ser tuya y lo fui.

Planifiqué estar en tus brazos,

embadurnarme en tu sangre,

inhalar tus palabras,

exhalar tus lunares.

Fui tuya una noche

o dos

rituales

en el medio: un sacrificio

que lleva mi nombre y mi cara.

Quise ser tuya y para serlo,

me entregué.

En bandeja de plata

te serví dos dagas:

una para grabar tu nombre

en mi piel blanca;

otra que aterrice en el pecho

entre las costillas

para que revuelvas

con tus manos frías

hasta encontrar y arrancarme

el corazón.

Quise ser tuya y lo fui.

DETRÁS DE LA PUERTA: LA MUERTE

Dame un beso de esos

que por futuro solo tienen

la muerte:

sentarse encorvada,

mirar la pared blanca,

rezarle a la nada,

morir.

Un beso de esos

de los que emanan palabras:

lo único que queda

morir, quizás

cuando los labios se separan.

Busqué la violencia y la mordida

tus besos eran un balde

de agua fría.

No hay dolor más grande

que el hueco de tu ausencia.

Busco en las paredes tus palabras,

una letra, una despedida, un por favor;

me desquito contra los puntos y las comas;

lloro bajo el paraguas

de un signo de interrogación.

No hay manera de que vuelvas,

de hacerte volver,

de esperarte junto a la puerta,

de ver el amanecer;

no hay desgarro más grande

que la carta

vacía

sobre la mesa

y la flor

encima,

la puerta sin tranca

y la llave que cuelga.