Gerónimo Pose
Contempló su carácter adusto sentado en el piano, el torso desnudo.
Bebieron vino, hicieron el amor con cierta distancia, sin ropa, pero tapados por una energía casi espectral que los arropaba, impidiendo el contacto estrecho de dos cuerpos que se esfuerzan por chocar y así mezclarse por un corto rato infinito. La noche, la mañana, disímil. El cuarto, que los había hospedado hacía ya unos dos meses, estaba desilusionado con su papel de proveedor insolente de un lugar seguro donde ocurre el desmembramiento espiritual, realizado bajo un proceso angustiante, en el cual es el tiempo el descarado perpetrador. Oculto en el mar de excusas y noches sin amor.
Él, jugaba con las teclas, navegando, alejándose, distraído. El otro, hacía collares de abalorios mientras por el balcón, la algarabía del verano europeo los apaciguaba como una canción de slowcore de los años 90s.
Afuera de las puertas, las olas inquietas del mediterráneo se mataban contra la orilla. El viento suave invitaba a contemplar el horizonte desnudo.
Bajaron al bar, rodando por las escaleras, vestidos los dos de pantalones cortos y musculosas. En la mesa, dos vasos de vermut con hielo y limón, en el aire, una cita de Queer de William Burroughs disparada de la boca de él, el pianista.
Los hielos desviando la tensión de sus ojos, el murmullo exterior, otros hombres que pasaban intentando pinchar con sus bigotes la burbuja y así ingresar al espacio que sin querer cimentaron dentro del pequeño bar, situado cerca de la playa. Bloqueados sus sentidos por el sueño melancólico de una lenta, arrolladora e inevitable separación. Lo veías en sus ojos, en los de él también.
Ya en el departamento nuevamente, abrieron algunas latas de cerveza, corrieron las cortinas y descubrieron que allí estaba, como siempre, la noche, despierta, como testigo ocular de un hecho a punto de suceder. El piano martillaba pequeñas tímidas notas. La ropa se doblaba a mano, los vasos se limpiaban con el chorro exagerado que salía del grifo plateado, el silencio se escuchaba como una marcha camión ejecutada por cientos de personas a la vez. Ordenó sus libros, mayoritariamente volúmenes de poesía completa. Ordenó sus ensayos periodísticos que serían publicados la semana entrante en algún diario local que había olvidado el nombre. A la vez que el otro, fumaba un cigarrillo mientras jugaba con las blancas figuras de marfil intermitente, intentando no crear nada lo suficientemente emocionante, algo que pueda desbordar la copa que danzaba con su líquido inestable de un lado, cerca de ellos, lo suficiente como para despertarlos del desconsuelo caprichoso. Intentaron acercarse, desarmarse sin intención de volver a ser parte de algo, en la cama, como un campo de batalla. Rozó su espalda desnuda con los dedos largos, atinó a besar sus hombros, pero él se lo impidió, tomando control de la situación. Con sus manos curtidas apretó de sus brazos, inmovilizándolo. Estaban a oscuras. Apenas un tímido disparo luminoso detenido en el aire entraba desde la calle, proporcionado por una farola que desprendía una luz temblorosa. Lucharon, como siempre lo hicieron, con todas sus fuerzas, volviendo otra vez a querer mezclar sus torsos, sus cuerpos, incluso sus deseos. El deseo del uno por el otro como motor furioso incapaz de apagarse, aunque no corra por sus piezas el aceite sintético, que impide el contacto estrecho entre sus partes y que contrariamente siempre pensaron era su suerte, su destino, su farsa prometida.
´´Look away from the sky
It’s no different when you’re leaving home
I can’t be the same thing to you now
I’m just gone, just gone
How could I say goodbye
How could I say goodbye
Goodbye´´
Pasó el tiempo, como si fuera una broma.
y no los esperó
abandonaron el lugar como quien abandona
su tierra
en búsqueda de algo que se le ha ofrecido
en otros lados
en otras direcciones.
Volvieron a retomar sus rutinas
Sus despechos, sus hábitos desmoralizantes
Alejados del otro
Dispersados como montañas inamovibles que se buscan
En una cordillera que se estira a lo largo del planisferio
Gritando sus nombres
Queriendo escuchar esa respuesta
Que solo suena en sus ideas.
Las latas de cerveza se entibiaron
Los collares perdieron su brillo característico
Y el piano llora
con quemaduras de cigarros en su clavijero
aún en aquella habitación
donde los dos imaginaban el retorno a las costumbres
sin tanto polvo en las cerraduras.
