VIRGINIA DENARO

El interés de este trabajo se centra en la hipótesis de que en la década del 90, la imagen del Uruguay que se había formado durante décadas y que había sido revisionada durante la dictadura, como la de un país sencillo, bien auspiciado o mejor aún, con un promisorio futuro, se vio recortada por la obra de una serie de escritores que se dedicaron a escribir novelas policiales, centrándome especialmente en el trabajo de Henry Trujillo.

 La elección por parte de este autor de un género como el policial, considerado menor o desprestigiado en nuestro país (aún a pesar de la predilección del “padre” Onetti), no es aislada ni casual; justamente en la década de los noventa se publicó un número importante de novelas de este género o que se le pueden acercar: “Asesinato en el Hotel de Baños”, “Conexión Nam” o “Chao Napolitano” de J. Grompone o “Los caballos lunares” de H. G. Verzi, por citar tan solo algunos ejemplos.

Probablemente, esto refleje un “estado del alma” peculiar del Uruguay, un cambio en los patrones estéticos y, no menor, una incorporación de otros medios expresivos, de otras técnicas (PC, vídeo-clip, cómic, thriller). Estos últimos proporcionan modelos fuertemente codificados que dan cuenta de una realidad fracturada, degradada; que permiten revisar afirmaciones “sacrosantas” y parodiar las convenciones literarias y culturales re-fundadas en Uruguay por la Generación Crítica.

  Para Lauro Marauda “la crítica de los nuevos autores refiere menos a parámetros estéticos o éticos que a una cosmovisión fracturada. Lo que se pone en tela de juicio no es una forma de ver el mundo sino la posibilidad misma de comunicarlo. Al haberse quebrado la unidad del ser –percepción estrictamente moderna y contemporánea- el microcosmos se ha impuesto sobre el macro. Ya no se trata de denunciar las fisuras del modelo mítico batllista o a las clases dominantes, sino de multiplicar o desobstruir cualquier hipótesis unívoca.”

  La distancia en el tiempo es muy poca y no sé si se puede aceptar sin más la anterior afirmación de Marauda que niega parámetros éticos o estéticos a los nuevos autores. Más acertado parecería adjudicar esa visión fracturada justamente a una cosmovisión “posmoderna”, a una vivencia del mundo desde las orillas de una perimida “Suiza de América”, cada vez más cercana a África en tanto que se aleja de la utópica Europa y, por tanto, aparece como una postura ética y estética.

Por lo menos, esta afirmación parece ser valedera en el caso de Trujillo, quien refleja una cosmovisión totalizadora tanto en su obra ficcional como en sus elaboraciones teóricas, sobre temas sociológicos. El espacio en el que se mueven sus personajes (una Montevideo perfectamente reconocible) es fácilmente asimilable a cualquier ciudad moderna en que hay una continuidad entre las formas urbanas y las formas del discurso del poder, entre el orden edilicio y las manifestaciones de la intolerancia y de la injusticia.

Retomando la afirmación antes expuesta acerca de una visión fracturada o degradada del mundo, el género “negro” o “duro” se presta especialmente para expresar esta visión: por los personajes que intervienen, por las historias que padecen o hacen ocurrir, por el mundo en que se mueven, limítrofe entre el delito y la legalidad. De ahí tal vez la predilección de Trujillo por este género en particular teniendo en cuenta su formación como sociólogo.

 Me propongo refrendar estas afirmaciones a través del estudio de dos obras ficcionales de este autor: “Torquator” (1993) y “El Vigilante” (1996), en sus ediciones de la colección Lectores de Banda Oriental, en un rastreo de los temas, los personajes elegidos y el trabajo de su elaboración, la creación de las coordenadas témporo-espaciales que enmarcan estos personajes y sus anécdotas.

Si bien ambas obras han sido categorizadas como novelas, me parece más precisa su inclusión dentro del subgénero nouvelle, teniendo en cuenta que se concentra en un solo acontecer pero comparte con la novela los puntos de tensión y de distensión junto con el interés por la peripecia, sin contar que este subgénero se manifiesta en las últimas décadas con mayor intensidad que la novela de extensión clásica. Esta clasificación permite ubicarlas dentro de los parámetros de una narración más corta que la de una novela “normal”, lo cual se adecua a un lector con menos tiempo libre que el del s. XIX o aún el de la primera mitad del s. XX, o tal vez sería más correcto hablar de un lector que tiene frente a sí mayores posibilidades de entretenimiento o de distracción. La literatura ficcional debe competir con ellas si quiere ser elegida.

De modo que, aunque comparto lo afirmado por A. Buela: “Se añoran (en las obras de Trujillo) más páginas, más cosas, más largura (…) de tal manera que el autor salte del formato “nouvelle”  a la ejecución de una gran novela”, me parece que la elección de este subgénero responde a una actitud madura por parte del autor quien tal vez en forma inconsciente, refleja la cosmovisión a que hacíamos referencia más arriba.

 En cuanto a la elección del tema, como ya señalé, Trujillo parece preferir el género “negro” dentro de lo policial; pero afinando un poco más el instrumento crítico se podría afirmar que en ambas obras (por lo menos) la tónica está dada más por la búsqueda o por el acecho que por el hallazgo de la solución. En un extraño juego de espejos, yendo en contra de lo plausible y esperable en este género, en ambas obras un misterio (o varios) es planteado, se abre a varias posibilidades pero no se resuelve.

El lector es invitado a asomarse al abismo y aún a caerse en él (como en el caso de “El Vigilante”) y sin embargo nadie, ningún personaje y el narrador menos aún, se presentan para ofrecer alguna salida, para dar una respuesta ordenadora del caos que presuponen las obras.

Esta inversión o, mejor, subversión con respecto al género policial, naturalmente responde a una cosmovisión desencantada, desmitificada y desmitificante que, creo, Trujillo comparte con sus compañeros de generación: la  experiencia de la dictadura, el regreso de la democracia y sus fallas en lo nacional y la caída del muro de Berlín en lo internacional, por ejemplo, son sucesos aglutinantes que orientan hacia una determinada concepción del mundo y del arte. Tampoco es de desdeñar la influencia de la lectura borgiana del universo como algo enteramente incognoscible.

El género policial nace, creo, de una concepción de un mundo lleno de peligros y fealdades, pero ordenado al fin, con la posibilidad de una salida gracias a una explicación más o menos fantástica o más o menos lógica. En cambio, en el caso de las obras estudiadas, la explicación es por lo menos eludida, si no definitivamente caleidoscópica.

Como lo señalara Alcides Abella en su prólogo a “El Vigilante” (y que se puede aplicar también a “Torquator”): “Posiblemente la novela no se cierre nunca. Nuevas vueltas de tuerca, miradas distintas sobre los mismos aconteceres (…) “El Vigilante” se torna así una suerte de “obra abierta”. Por cierto, ni Trujillo ni sus críticos, pueden sustraerse al mundo en que les ha tocado actuar. En la década de los ochenta llegó a estas orillas la concepción de “obra abierta” y, a pesar de las afirmaciones de Eco en el sentido de que toda obra es, estrictamente hablando, abierta a las diferentes interpretaciones de sus lectores, tal vez fuera de “onda” clasificar una obra como “abierta”. 

 Sea como fuere, no deja de ser cierto que las “policiales” de Trujillo eluden cualquier explicación definitiva. En “Torquator” los misterios y, especialmente, la incertidumbre, se acumulan sucesivamente frente al lector desde las primeras palabras a través de las cuales se describe un parador de ómnibus que no lo es tanto, un pueblo que no llega a serlo, tal vez, del todo. 

A los que viajaban les costó comprender que ese rancho era un parador –así lo quería un modesto cartelito frente a la puerta- y esas sombras que se recortaban poco más adelante pertenecían a un pueblo, si es que llegaba a tanto.

Clima de ensoñación, de desconcierto, que sirve de marco para dar vida a Cecilia, si es que se llama así, la encargada de narrar la historia central, que, naturalmente, es contada en clave de misterio.

En “El Vigilante”, si bien el comienzo de la nouvelle parece más preciso, tampoco sabemos nada, o casi, de su protagonista, de su pasado o de los motivos que lo llevan a actuar como lo hace, sin mencionar la voz desconocida que se cierne amenazante sobre él al final de la obra. 

Con respecto a los temas que ambos relatos abordan, en parte ya he mencionado el que considero el más importante, el tema de la imposibilidad de conocer la verdad y, por lo tanto, el mundo. El choque que se produce entre el “formato” de ambas obras y este tema, es lo que me lleva a afirmar que éste es el tema esencial.

En este sentido, Henry Trujillo no escapa a los rasgos comunes de su siglo: los signos se manifiestan pero no es posible descifrarlos o, si se logra, cambian de sentido y si lo tienen es banal o absurdo. Esto no impide que el hombre se empeñe fervorosamente en darle un sentido, precario, pero sentido al fin.

Otro tema que parece fundamental, ya que reaparece una y otra vez bajo distintas luces y enfocado a través de diferentes manifestaciones, es el tema de la violencia. En “Torquator” la protagonista es agredida constantemente: por su madre, el trabajo, las cuentas impagas, el misterioso Torquator, pero también por el frío, la noche, la incomodidad de un sofá-cama. En “El Vigilante” la violencia es omnipresente, desde el descubrimiento del cadáver desmembrado del comienzo hasta el sadismo del protagonista con el gato en celo, por mencionar sólo algunos ejemplos. Esto justifica la inclusión de ambas obras dentro del género denominado “policial duro”, pero además esta violencia que afecta a los personajes en ambos sentidos (como víctimas y como victimarios) creo que da cuenta de un mundo en que todos somos responsables de la violencia al mismo tiempo en que somos sus víctimas.

Una visión maniqueísta a la luz de los acontecimientos contemporáneos es impensable e improbable, por tanto el autor tiñe toda su obra de esta vivencia que parece ser inherente al ser humano, y el narrador, que podrá simpatizar más o menos con los personajes, se mantiene lo suficientemente cercano y alejado a la vez como para dar un escorzo creíble de los mismos y de los acontecimientos planteados.

El tema de la justicia, o mejor, de su ausencia, es también muy importante y se desprende del anterior. En las obras de este autor no hay justicia, ni humana ni divina, lo cual, por un lado, es otra forma de la violencia, y, por otro, confirma la imposibilidad de conocer el mundo: ni los misterios son resueltos, ni los “culpables” son “castigados”. 

Si en “Torquator” hay un asomo de comprensión/compasión del narrador hacia Yolanda, en verdad es imposible soslayar que en una de las lecturas del texto, ésta es culpable de, por lo menos, un asesinato y, al final, habría quedado impune. Ni que hablar de que la “injusticia” es lo que impera en “El Vigilante”. No hay consuelos fáciles para los lectores de estas obras, de ahí el vínculo que Washington Benavídez establece entre este autor y Dashiell Hammet en su prólogo a la edición de Banda Oriental de la primera de estas obras.

En cuanto a los personajes que aparecen, en parte ya me he referido a algunas de sus características. Lo haré más extensamente.

Si bien puede haber diferencias en cuanto a las simpatías que pueden despertar en el lector, los protagonistas de ambas obras comparten algunos rasgos que los pueden caracterizar como pertenecientes al universo de Trujillo.

En principio, teniendo en cuenta el género policial “duro” al que se adscriben estas obras, son personajes antiheroicos, pequeños  en su dimensión social y moral.

Benavídez, en el ya citado prólogo, los emparenta con la definición que E. Martínez Estrada diera de los “fronterizos” personajes de Quiroga; pero como él mismo agrega, no hay nada quiroguiano, se trata de seres marginales con los que convivimos a diario y no inmersos en un mundo exótico y lejano como el de Misiones.

Son los habitantes de una ciudad gris, chata y sórdida que no les deja (no nos deja) muchas escapatorias, que reconocemos fácilmente, ya que lamentablemente, tal vez vivimos en un mundo así. Sin embargo, su condición de antihéroe, no los hace más cercanos por su misma vinculación a un mundo delictivo o inmoral. El lector no se reconoce fácilmente en ellos, porque nadie quiere ser delincuente o criminal, nadie se reconoce como tal. La simpatheia no surge espontáneamente, más bien somos invitados a practicar un juego de voyeur asomándonos a ese mundo, para asistir como testigos a sus aconteceres.

Estos personajes tampoco parecen estar dispuestos a tomar una parte muy activa en sus destinos, aunque es necesario hacer una distinción entre Yolanda (protagonista de “Torquator”) y Villanueva (protagonista de “El Vigilante”). De la anécdota de la primera se desprende que Yolanda ha postergado su vida, las posibilidades de realizarse, en pos de cumplir con sus deberes filiales; si bien las intenciones que la guían son loables (y sólo por esto podría ser la protagonista de una “novelita rosa”), en realidad la situación económica y social la ha empujado a esta situación y cuando empieza el relato que la incluye, la encontramos al mismo tiempo resignada y harta. 

De ahí que Torquator represente para ella una amenaza y una salvación al mismo tiempo.

En lo que respecta a Villanueva, este es mucho más activo en lo que respecta a la resolución de su destino; sin embargo hay muy pocas pistas para que el lector pueda descifrar qué lo empuja a actuar como lo hace. Su vinculación (pasada) con la represión militar podría iluminar ese gusto por espiar, “vigilar” a los demás y así poder sacar provecho de lo que descubre.

No obstante se vuelve repulsivo en la violencia innecesaria que descarga contra seres indefensos o que están en desventaja con respecto a él: los muchachitos que entran a robar desechos de la fábrica abandonada, el gato viejo o la telaraña.

Comparte con Yolanda la condición de ser solitario: “… y en la soledad uno se cae, se destruye, se queda sin moral, sin poder distinguir entre el bien y el mal”. Trujillo parece decirnos que la soledad no es una buena consejera, “mal compañero de viaje, la soledad…”; la única salvación para estos personajes parece ser que se dejen acompañar por otros y salgan del “agujero moral” en que están metidos.

En cuanto a las grafopeyas, en ambas obras son muy escasas y no parecen cumplir un mayor papel, salvo el de plantear un mundo de seres anónimos, muy parecidos entre sí, reflejo del mundo gris  del que huye el ocasional oyente de Cecilia en “Torquator”.

Rodeando a los protagonistas, existe una serie de personajes secundarios que los reflejan en forma sesgada; son los representantes, tal vez, de los otros posibles destinos que pudieron haber cumplido aquellos. Tal parece ser el caso de Graciela, la compañera de fábrica de Yolanda o el otro sereno que vigila la fábrica en la que trabaja Villanueva.

Es así que Yolanda y Villanueva se salvan de ser integrantes de una masa anónima, por lo “especial” de la historia que viven, por el destino que eligen o que los eligió en una suerte de heroicidad a medias.

Con respecto a la “identidad” de los personajes, es necesario señalar un aspecto peculiar de la obra de Trujillo: los datos sobre ellos son escasos y poco confiables, cuando no absolutamente inexistentes; el lector debe reconstruir a partir de retazos de información su propio relato, su mundo, con las pocas piezas de un rompecabezas cambiante, debe recomponer la imagen final, definitiva (?).

En el caso de Cecilia (la narradora), en su presentación hay algunos datos que podrían asimilarla a Yolanda, protagonista de la historia: le gusta mirar las estrellas y fantasear con ellas, igual que a Yolanda; tiene un par de walkman, objeto que Yolanda deseaba; las coincidencias entre la ocupación de su novio y los datos que poseemos del primo de Graciela;  la coincidencia además, entre su nombre y el que acepta Yolanda al final de la historia, haría pensar en una identidad de las dos. El lector, al final, queda tan desconcertado como Alfredo al final del viaje: la verdad NO existe.

Lo mismo pasa con respecto a la identidad de Villanueva, y, especialmente de la mujer que aparece en “El Vigilante”, ¿es Rosanna o Natalia? ¿Es la hija o la amante de Antonio? Las preguntas se suceden y, como ya señalé, nadie aclara nada.

Con respecto a la creación de las coordenadas témporo-espaciales, en las obras de Trujillo, nos encontramos con una ubicación temporal que, si bien a veces no es claramente marcada, hace referencia a un presente o a un pasado no muy lejano, a través de la alusión a la pasada dictadura en “El Vigilante”, por ejemplo, o a la situación de crisis económica en “Torquator”;  esta relativa cercanía en que se coloca al lector con respecto a lo narrado, fuerza a  una identificación con hechos “desagradables” que de otra forma podrían ser soslayados o ignorados como temas de la ficción o de mundos lejanos. No hay nada de complaciente en este escritor que desafía a sus lectores a reconocerse en lo que él escribe, como de otra forma sería imposible esperar en alguien con tanta madurez y sensibilidad.

Pero lo temporal es acotado a través de otras referencias, en ambas obras impera la noche, el frío del invierno, la espera de un tiempo mejor (no sólo desde el punto de vista atmosférico). Por supuesto que es un clima y un tiempo que se adecuan a novelas “negras” en cuanto a la coincidencia entre lo que se cuenta y el mundo que envuelve estos acontecimientos, pero al mismo tiempo envuelven al lector en un clima opresivo, que no da tregua.

En cuanto a la ubicación espacial, ya señalamos que se trata de una Montevideo perfectamente reconocible; también hay que destacar que se trata de una visión gris y fea de la ciudad. El ambiente es ruinoso, impera la desolación, los edificios reducidos a esqueletos, las fábricas desarmadas en una negación de su misma definición. Basta dar una breve ojeada a la primera página de “El Vigilante”:

Detrás estaba la fábrica, sus gatos y sus ratas, juntos en la soledad. No había casas en las cercanías, ni tampoco en las dos manzanas que la rodeaban, y cuando salía la luna, parecía el espectro gris de una civilización perdida, dejado como testimonio de una existencia pasada.

U otro ejemplo tomado al azar en “Torquator”:

 “Salió corriendo del apartamento y casi rueda por las escaleras, porque la luz del corredor no se encendió y alguna sustancia líquida había sido esparcida en uno de los escalones. Prefirió no averiguar qué era.”

Si analizamos rápidamente el primer fragmento elegido debemos señalar algunas imágenes que ya nos preparan para el clima de la obra y el impacto con que se nos sorprenderá en pocas páginas (descubrimiento del cadáver).

Los únicos habitantes de la noche son gatos y ratas, como ya lo señalé, la fábrica no fabrica, sino que está abandonada; como tantas cosas en nuestro país, ha dejado de ser funcional y no cumple con su destino sino que se “corrompe” irremediablemente, igual que el protagonista, podemos agregar. La comparación que aparece luego “…parecía el espectro gris de una civilización perdida…” agrega otro elemento desolador, la fábrica parece ser el testimonio de un Uruguay perdido, cada vez más lejano e incomprensible para los uruguayos de hoy. La presencia de las ratas (podría establecerse un paralelo con “Torquator”, en este sentido), por su relacionamiento con lo subterráneo, la enfermedad o simplemente con el asco, es claramente significativa. Descuento además su vinculación proverbial con barcos a punto de hundirse y su aparición “mortal” en “La peste” de Camus; a este respecto quisiera señalar que la segunda obra de Trujillo parece ser mucho más “literaria” que la anterior en cuanto a las referencias y a la posibilidad de establecer múltiples relaciones.

Con respecto a la cita de “Torquator”, hay que señalar que ese descenso apresurado de Yolanda es uno más de tantos, lo especial es que éste se produce al comienzo del relato, cuando ella debe apurarse para llegar a la fábrica ya que nuevamente se ha quedado dormida a causa de un despertador que no sonó, sirve, por lo tanto, para meternos junto al personaje en su mundo diario. Es una especie de descenso a los infiernos, complicado por esa “sustancia líquida” que la protagonista prefiere ignorar. Ese negarse a abrir los ojos, a ver, puede vincularse a la actitud de Yolanda en todo el relato; la fuerza de la costumbre la ha llevado a preferir no saber, a no enterarse, antes que “ver” lo desagradable de lo que la rodea, se ha endurecido a través de la negación. Lo mismo ocurre en la fábrica, no tiene ningún amigo, apenas compañeros, ya que “Alguien en la fábrica le dijo una vez «Acá nadie es amigo de nadie» y ella pensaba que era cierto.” De esto también depende el episodio, presentado como una analepsis, en el que Yolanda se convirtió en delatora de una compañera que había estragado varios metros de tela, para salvar su propio puesto de trabajo (pág. 40).

Es que una vez más se reafirma la idea de la absoluta soledad de los personajes de Trujillo, que no encuentran solidaridad ni respaldo en nadie, antes bien, están rodeados por un mundo que los engaña y estafa; de ahí el sentido revelador de las palabras que Yolanda le dice a Fernández, el policía que la interroga:

Si usted consigue mandarme a la cárcel, sus jefes lo van a felicitar y usted se va a sentir muy bien porque colaboró en hacer justicia. Pero eso es hoy, mañana capaz que vienen sus jefes y lo escupen, y sus amigos que le ceban mate se olvidan de usted, y su hija viene y le arranca los ojos sin motivo. La única diferencia es que yo ahora lo sé y usted todavía no. Mire, soy yo la que le tengo lástima.” (pág. 72).

Este parece ser el terrible mensaje de la obra, nada vale la pena, nada es tan absolutamente serio que valga la pena hacer algo por él. Cuando los personajes acceden a la verdad, esta es ilusoria o precaria: “La verdad es como un ácido que puede limpiar pero también puede destruir” (pág. 52), le dice a la protagonista el primo de Graciela, pues la verdad también puede ser destructiva. Y en su actitud habitual, Yolanda niega todo valor a esa verdad: “…las cosas son como son y no hay que darles más vueltas.”(pág. 53).

En cuanto al protagonista de “El Vigilante” también está rodeado de un mundo inseguro e inestable, y aunque su actitud sea opuesta a la de Yolanda, puesto que él quiere saber y averiguar la “verdad”, tampoco accede a ninguna respuesta, antes bien se hunde más y más en la sustancia viscosa y resbaladiza que constituye el mundo.

El lector también es víctima de esta sustancia resbaladiza, queda atrapado y todo lo empuja a leer ávidamente las nouvelles para llegar a puerto, aunque éste resulte decepcionante o tan intrigante como el mundo real. Ninguna respuesta es definitiva, la curiosidad del lector no es premiada con la satisfacción de llegar al fin, como suele ocurrir en las obras policiales, sino que se lo enfrenta a un mundo miserable, empobrecido, pero no por esto menos excitante.

            Es interesante en este sentido la anécdota en la que Villanueva se pone a jugar con la telaraña y termina destruyéndola. Lo mismo hace con la historia que descubre al comienzo de la obra, cree ser la araña que teje su tela y espera pacientemente a sus víctimas, cuando en realidad será él quien terminará  destruido en su propia trampa. Casi podríamos hablar de un exceso de verdad. 

            Si la primera nouvelle de Trujillo parece apuntar a un desenlace “feliz”: la mirada de Alfredo que acompaña la pareja que se aleja, se pregunta si serán felices “Sí, se contestó (…) y si no, él prefería no enterarse”, la segunda, directamente tiene un desenlace desconcertante que se abre a nuevas preguntas,  a nuevas dudas. 

            Esto se condice perfectamente con las sucesivas apariciones del gato que el propio protagonista ha hecho enceguecer. Este gato ciego no sólo se acerca al gato que aparece en la anterior nouvelle, sino que tiene reminiscencias literarias: el gato negro de Poe o la ceguera de Edipo, por ejemplo; la presencia ominosa de este animal parece adquirir la fuerza de una protesta del destino, que también es ciego y no sabe con certeza a quién golpea. Si observamos además que este gato despertó las iras de Villanueva por el hecho de estar en celo es más significativa su reaparición en toda la obra. Este pobre “gato despellejado y viejo, extrañamente revivido por el calor del celo” parecería representar todo el mundo de gozo y vida al que Villanueva se ha cerrado hace tanto tiempo, por lo visto. De ahí el odio que despierta en él que lo lleva primero a darle un terrible puntapié y luego a maltratarlo sucesivas veces.

            Igual que en el caso de la telaraña, la violencia desatada por Villanueva es innecesaria y, en este caso se revolverá en su contra. El gato parece ser un testigo mudo, pero no por esto menos influyente, de los desmanes del protagonista, de su estar perdido en ese mundo viscoso, de su operar violento y sin ningún orden. En este sentido, Villanueva nos representa un poco a todos, ya que los habitantes del Uruguay estamos inmersos en un mundo cambiante del cual no nos podemos “hacer cargo” completamente y que nos amenaza constantemente con el derrumbe, la suciedad (no sólo física) y la incertidumbre. 

            En definitiva, los personajes de Trujillo reflejan un Uruguay que es cada vez más sórdido, más alejado de las optimistas ilusiones del estado batllista, como lo planteáramos al comienzo de este somero análisis. De ahí el título de este estudio, la nueva generación de escritores nos enfrenta con un espejo que refleja un mundo desagradable, pero reconocible, que hemos aprendido a ignorar con la esperanza de que solo desaparezca, que no nos torture si cerramos los ojos por un tiempo suficiente, porque “como el Uruguay no hay”.

            En vez, con una actitud madura y seria como corresponde a los artistas (comprometidos o no con una causa social, pero comprometidos sí con su arte) los nuevos narradores denuncian el Uruguay actual, obligando a sus lectores a, por lo menos, una toma de conciencia que les “abra la cabeza”; citando la última película de Stanley Kubrick, no se puede vivir con los “ojos bien cerrados”, hay que abrirlos para ver, aunque sea las realidades más terribles.

BIBLIOGRAFÍA

H. Trujillo                   Torquator                              E.B.O.  Mdeo.  1993

H. Trujillo                   El Vigilante                            E.B.O.  Mdeo.  1996

H. Trujillo                   La última utopía de la 

                                ilustración                                   El País Cultural 624

H. Trujillo                   Paisaje tras la retirada          El País Cultural 542

C. Blixen                    Adiós Juventud                        Brecha  Mdeo. 5/7/96

A. I. Larre Borges       Extraños y extranjeros           Brecha Mdeo. 5/7/96

A. Buela                     Comentario de libros             El País Cultural 493

H. Achúgar                 La Balsa de la Medusa             Ed. Trilce   Mdeo. 1992